Guerra de Irak

Guerra de Irak por Mirta Narosky

¡¿ Qué otro camino pude haber tomado, frente al horror, que hacer catarsis en la pintura?!
¡¿ Qué acciones posibles pueden ejecutar los seres sensibles frente a la demencia y la destrucción, producida por “otros de la misma especie”?!…
Sólo un legado de gritos desesperados, enmudecidos en un texto o una pintura, para que el Hombre del futuro, tal vez más consciente, tal vez más elevado espiritualmente, abra los latentes cofres del pasado y sea capaz de oír gritos y transformarlos en esperanza.


Texto crítico por Miguel Angel Rodriguez, Critico de Arte

La sangre llega al río.  Mirta Narosky (y sus visiones del terror)
La esperanza es un instrumento del mal.  Imre Kertesz

Desde hace años me obsesionan los artistas, epistemólogos, científicos y poetas concentrados, y desconcentrados, en los misterios del muro, el engaño, la mentira y los hondos abismos de la interioridad.
Quien se adentra en estos temas, quien los vive y abandona, quien vibra con ellos, experimenta aceleraciones vertiginosas, tan románticas y decimonónicas, como ancestrales y abismáticas.
Contemplar al lobo hombre no es fácil. Presupone sospechar que la imagen aún no murió, que el fuego continúa siendo fuego, que la luna busca al río y las balas un cuerpo; presupone imaginar el delirio, la belleza, el éxtasis; presupone, en fin, contaminarse como sujeto, alterar los alrededores, creer en la idea-materia y en la materia-idea, hacer escaleras y romperlas. 
Aterra pensar en el deceso. Contemplarlo, en mística elevación ritual; saborear cada una de sus extremidades; buscar los ogros y los demiurgos; pretender la luz en un túnel absolutamente obscuro; entremezclarse con los óleos y acrílicos; dibujar;  maldecir el final, y evocarlo. Si la obra es genuina sabe respirar entre el barro, las espinas, el vino y el dolor, sabe de la muerte, el temblor y los enigmas. Sabe.
Mirta Narosky nos coloca ante sus pinturas. Empleando telas y maderas como soporte, va pergeñando mundos absolutamente humanos, donde explora figuras en diversas situaciones, tan sublimes como mundanas. Convocando atmósferas cálidas, donde la intimidad celebra expresiones y gestos únicos, esta plástica urde universos fuertes, estables e inestables. Los equilibrios, las tensiones y los aspectos compositivos se engarzan armoniosamente al sentido general del concepto propuesto. 
Ciertas piezas, en las que el horror ante la guerra y la destrucción constituyen el foco, merecen consideraciones apartadas.
Las esferas y los óvalos -matrices presentes en la mayor parte de sus obras- proyectan toda su estructura técnica, liberando a la imagen, volviéndola exquisitamente primaria y original.
Las calles, los entornos, las caras y los cuerpos transitan placeres estéticos voluptuosos, delicados y eximios, grotescos en el más metafísico de los significados.
No es sencillo hacer obras vivas.  Cada vez más asistimos a muestras donde el arte se confunde con sensiblería, peor aún, con feria. 
Mirta Narosky comprende los límites de la razón, sabe los caminos difusos de la sensibilidad, conoce el mundo ambiguo de la obra de arte.
A lo largo de sus cuidadas imágenes logra laberintos únicos, laberintos de vida, pero también de muerte; laberintos de aguas sagradas, y de aguas estancas, laberintos humanos, animalmente humanos.
Tras explorar sus piezas, abandonamos la esperanza, rompiendo la espera. Emerge el grito, como hijo del silencio.